El semiólogo italiano Umberto Eco, consagrado a partir de su novela “El nombre de la rosa”, afirma que el siglo XX padece de saberes fragmentados, que respiran neurastenia.
Y que como agravante, vive a altísima velocidad.
Se puede juzgar un siglo por la distancia existente entre su sistema de valores y su práctica cotidiana. Como se sabe, la hipocresía permite establecer compromisos entre el reconocimiento teórico de los valores y su violación. Ahora bien, nuestro siglo tal vez haya sido menos hipócrita que los otros. Enunció reglas de convivencia; sin duda las violó, pero promovió y promueve procesos públicos contra esas violaciones.
Veamos ahora los aspectos ambiguos de este siglo. Este habrá sido el siglo de las masas.
Para bien o para mal. Los derechos de las masas fueron reconocidos: es muy importante que un ciudadano que no dispone de tierras o que no posee prerrogativas eclesiásticas tenga derecho a la palabra, a la contestación, al voto, a ejercer un cargo político.Y no valoramos lo que ello representa porque no vivimos en siglos en los que era normal que un señor que carecía de dinero para pagar el trabajo de un artesano mandara a sus siervos a que le pegaran.
Intente tratar a golpes al plomero que exige que se le pague, y comprenderá que algo cambió.
Nuestro siglo es el de la aceleración tecnológica y científica, que se produjo y sigue produciéndose a un ritmo antes inconcebible. En unas pocas décadas se pasó del dirigible al avión, de la hélice al turborreactor y de ahí a la nave interplanetaria. En unas decenas de años, fuimos testigos del triunfo de las teorías revolucionarias de Einstein y de su cuestionamiento. El costo de esta aceleración de los descubrimientos es la hiperespecialización. Estamos en vías de vivir la tragedia de los saberes separados: cuanto más los separamos, tanto más fácil es someter la ciencia a los cálculos del poder. Un excelente químico puede imaginar un excelente desodorante pero no posee al mismo tiempo el saber que le permitiría darse cuenta de que su producto va a provocar un agujero en la capa de ozono.
El equivalente tecnológico de la separación de los conocimientos es la línea de montaje. En ésta, cada uno conoce sólo una fase del trabajo. Privado de la satisfacción de ver el producto terminado, también está exento de toda responsabilidad. Podría producir, y ocurre con frecuencia, venenos sin saberlo. Pero la línea de montaje también permite fabricar aspirinas en cantidad para todo el mundo. Y rápidamente. Todo pasa a ritmo acelerado, desconocido para los siglos anteriores. Pero pagamos el precio de esa celeridad. Podríamos destruir el planeta en un día.
Nuestro siglo fue el de la comunicación instantánea.. Pero el exceso de informaciones simultáneas, provenientes de todos los puntos del planeta, produce hábito. El siglo de la comunicación transformó la información en espectáculo. Y nos arriesgamos a confundir la actualidad con la diversión.
Nuestro siglo presenció el triunfo de la acción a distancia. Hoy, se aprieta un botón y se entra en comunicación con Pekín. Se aprieta un botón y un país entero explota. Se aprieta un botón y un cohete sale lanzado a Marte. La acción a distancia salva numerosas vidas, pero convierte el crimen en un acto irresponsable.
El siglo del triunfo tecnológico fue también el del descubrimiento de la fragilidad. Un molino de viento podía repararse, pero el sistema de la computadora no tiene defensa ante la mala intención de un niño precoz. El siglo está estresado porque no sabe de quién se debe defender ni como .Encontramos el medio de eliminar la suciedad, pero no los residuos. Porque la suciedad nació de la indigencia, que podía ser reducida, mientras que los residuos (incluso los radioactivos) nacen del bienestar que nadie quiere perder. He aquí por qué nuestro siglo fue el de la angustia y el de la utopía de curarla .La humanidad se complica en un mal que conoce perfectamente, lo confiesa en público, ensaya purificaciones expiatorias en las cuales participan las iglesias y los gobiernos, y repite el mal porque la acción a distancia y la línea de montaje impiden identificarlo en el principio del proceso.
Espacio, tiempo, información,., crimen, castigo, arrepentimiento, absolución, indignación, olvido, descubrimiento, crítica, nacimiento, larga vida, muerte… todo a altísima velocidad. A un ritmo de estrés. Nuestro siglo es el del infarto.
Extractado por Beatriz M. de Cottani
· San Francisco (Cba) Rp Argentina
bcottani@gmail.com
1 comentario:
¡Muy bueno!!!!! Felicitaciones...
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