Vino para los hombres la paz de las alturas,
y en el mezquino establo, corona de un alcor,
tras angustiosa noche de maternas torturas,
Jesús cayó en la tierra, débil como una flor.
Música de las cosas alegró las oscuras
bóvedas del pesebre, y en un himno de amor
adoraron al niño las humildes criaturas:
un asno con su aliento, con su flauta un pastor.
Después, los adivinos de comarcas remotas
ofrendáronle mirra, y en sus lenguas ignotas
al pequeño llamaron Príncipe de Salem.
Mientras en el Oriente con pestañeos vagos
dulcemente brillaba la estrella de los magos,
los corderos miraban hacia Jerusalén.
Víctor M. Londoño(1870 - 1936)
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