jueves, 11 de octubre de 2012

A un poeta muerto



Así como en la roca nunca vemos                            
 La clara flor abrirse,
 Entre un pueblo hosco y duro
 No brilla hermosamente
 El fresco y alto ornato de la vida.
 Por esto te mataron, porque eras
 Verdor en nuestra tierra árida
 Y azul en nuestro oscuro aire.

 Leve es la parte de la vida
 Que como dioses rescatan los poetas.
 El odio y destrucción perduran siempre
 Sordamente en la entraña
 Toda hiel sempiterna del español terrible,
 Que acecha lo cimero
 Con su piedra en la mano.



 Triste sino nacer
 Con algún don ilustre
 Aquí, donde los hombres
 En su miseria sólo saben
 El insulto, la mofa, el recelo profundo
 Ante aquel que ilumina las palabras opacas
 Por el oculto fuego originario.



 La sal de nuestro mundo eras,
 Vivo estabas como un rayo de sol,
 Y ya es tan sólo tu recuerdo
 Quien yerra y pasa, acariciando
 El muro de los cuerpos
 Con el dejo de las adormideras
 Que nuestros predecesores ingirieron
 A orillas del olvido.



 Si tu ángel acude a la memoria,
 Sombras son estos hombres
 Que aún palpitan tras las malezas de la tierra;
 La muerte se diría
 Más viva que la vida
 Porque tú estás con ella,
 Pasado el arco de tu vasto imperio,
 Poblándola de pájaros y hojas
 Con tu gracia y tu juventud incomparables.



 Aquí la primavera luce ahora.
 Mira los radiantes mancebos
 Que vivo tanto amaste
 Efímeros pasar junto al fulgor del mar.
 Desnudos cuerpos bellos que se llevan
 Tras de sí los deseos
 Con su exquisita forma, y sólo encierran
 Amargo zumo, que no alberga su espíritu
 Un destello de amor ni de alto pensamiento.



 Igual todo prosigue,
 Como entonces, tan mágico,
 Que parece imposible
 La sombra en que has caído.
 Mas un inmenso afán oculto advierte
 Que su ignoto aguijón tan sólo puede
 Aplacarse en nosotros con la muerte,
 Como el afán del agua,
 A quien no basta esculpirse en las olas,
 Sino perderse anónima
 En los limbos del mar.



 Pero antes no sabías
 La realidad más honda de este mundo:
 El odio, el triste odio de los hombres,
 Que en ti señalar quiso
 Por el acero horrible su victoria,
 Con tu angustia postrera
 Bajo la luz tranquila de Granada,
 Distante entre cipreses y laureles,
 Y entre tus propias gentes
 Y por las mismas manos
 Que un día servilmente te halagaran.



 Para el poeta la muerte es la victoria;
 Un viento demoníaco le impulsa por la vida,
 Y si una fuerza ciega
 Sin comprensión de amor
 Transforma por un crimen
 A ti, cantor, en héroe,
 Contempla en cambio, hermano,
 Cómo entre la tristeza y el desdén
 Un poder más magnánimo permite a tus amigos
 En un rincón pudrirse libremente.



 Tenga tu sombra paz,
 Busque otros valles,
 Un río donde del viento
 Se lleve los sonidos entre juncos
 Y lirios y el encanto
 Tan viejo de las aguas elocuentes,
 En donde el eco como la gloria humana ruede,
 Como ella de remoto,
 Ajeno como ella y tan estéril.



 Halle tu gran afán enajenado
 El puro amor de un dios adolescente
 Entre el verdor de las rosas eternas;
 Porque este ansia divina, perdida aquí en la tierra,
 Tras de tanto dolor y dejamiento,
 Con su propia grandeza nos advierte
 De alguna mente creadora inmensa,
 Que concibe al poeta cual lengua de su gloria
 Y luego le consuela a través de la muerte.



 Autor, Luis Cernudas




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