domingo, 22 de mayo de 2011

El hombre y sus pájaros - Madelca

Era un hombre enamorado de los pájaros.
Y tan enamorado estaba, que este sentimiento no le permitía ni siquiera razonar el por qué de tenerlos prisioneros.
Con maderas prolijas y con olor a nuevas, con artísticos alambres y con su techito rojo les construyó, con amor, su jaula dorada.
Todos los días,  por la mañana, les dedicaba horas de su tiempo para darles, lo que para él, era lo mejor: alimento: agua, higiene,silbidos ya hasta palabras dulces.
Los amaba tanto que era imposible que no estuvieran con él, pensaba...
Los había de todos los colores y con matices tan distintos en su canto, que, por momentos, se diría que una  afinada orquesta le endulzaba los oídos. Mientras, el hombre, caminaba por los senderos del jardín contemplando las flores, "sus flores" y escuchando el canto de los pájaros "sus pájaros".
Pasaban los días, los meses, algunos años. Los pájaros se renovaban. Si alguno necesitaba irse, lo soltaba, pero en su mirada se notaba la tristeza del adiós.
Un día, el hombre enfermó.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano, todas las mañanas seguía con su rutina, atendiendo sus pájaros. Silencioso ahora, los miraba con una mirada extraña, con un brillo de hielo en sus ojos verdes... Y así, callado, les seguía dando su amor.
Entonces sintió que las fuerzas ya no le alcanzarían para dedicarles su tiempo de amor y una mañana se lo vio con una de las avesitas en su mano. Se la acercó a los ojos, con su brillo cada vez más, la miró largamente y, luego, abriendo su mano la dejó volar.
Y así, día tras día, cada uno de los pájaros fue recobrando su libertad.
Era como un retiro. Después de atenderlos cada mañana, uno de ellos, no se sabe si al azar o porque alguien guiaba su mano, era liberado de su encierro y echado a volar mientras la mirada del hombre los seguía hasta donde pudiera verlos y en su cara se dibujaba una sonrisa entre indulgente y triste.
Cuando liberó al último de sus pájaros ya no pudo levantarse más...
entonces fu como si una repentina claridad de ideas me explicara cuales eran sus sentimientos cuando la certeza de su muerte lo torturaba.
Cada una de las aves en vuelo, era un pedacito de su alma que remontaba lejana hasta estar cerca muy cerca de Dio.
Cada una de las aves en vuelo lo esperaría en su destino final y así, cuando él llegara al misterioso universo de los que se van, ya no prisioneras, sino libres lo rodearían y entonarían  el mas dulce de sus trinos.
Entonces en aquel jardín celestial él volvería a ser feliz con sus pájaros, sus flores y su alma liberada después de haber volado hacia el infinito.

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